Camisas viejas
Me decía Miguel, mirando de frente la mar en la isla de Los Roques y señalando un punto en el horizonte: “Por allí vendrán los americanos a invadirnos”.
El día anterior habíamos tenido en el pueblo un pequeño mitin del Partido Socialista Unido de Venezuela. El máximo orador, en castellano de telenovela venezolana, les insistió que sí, que debían de estar “alertas, prevenidos y dispuestos” porque el enemigo americano acabaría entrando en Venezuela utilizando aquellas playas el día D.
Todos en el mitin llevaban camiseta roja. Unos con un lema, otros con otro. Unos con la camiseta nueva, impecable, recién impresa, y otros con ella raída. Me lo dijo Miguel instruyéndome en mi desconocimiento sobre el valor de las camisas: “Esos son camisas viejas, compañeros que ya estuvieron con Chávez en el Movimiento Quinta República”.
Por la edad que tengo, el término “camisas viejas” me resultó sumamente conocido y esclarecedor. “Yo tenía un camarada, entre todos el mejor” que iba al Instituto Bernaldo de Quirós en los días señalados con la “camisa vieja” de su padre. La de la Falange. En septiembre, el Día de la Exaltación de la Cruz. El primero de octubre, el Día del Caudillo. A mediados, por el Día de la Hispanidad. A finales, por Cristo Rey. El 20 de noviembre, por el Día del Dolor. En enero, por la conmemoración del cerco de Numancia. En febrero por San Isidoro de Sevilla y el Apóstol de los Negros (San Pedro Claver). En marzo, por el Cardenal Cisneros, San Ignacio de Loyola y el Gran Capitán. El primero de abril, por el Día de la Victoria. A los pocos días, por el Apóstol de las Indias (San Francisco Javier). El primero de mayo, por San José Obrero. El segundo de mayo, por el 2 de Mayo. El tercero de mayo, por La Ascensión. A finales, por el Cuerpo de Cristo. En junio, por el Sagrado Corazón de Jesús. Y, así, hasta San Xuan, que en Mieres ya era fiesta y entonces lucía la camisa vieja con más “procuru”, como se decía entonces.
Todas estas cosas me vinieron a la memoria leyendo las últimas declaraciones de Juan Carlos Monedero sobre Venezuela, todas llenas de alabanzas a su gobierno. Como es cinco años más joven que yo e hijo de un gijonés de derechas, sabe del valor de crear un sacerdocio laico o un ejército civil de rendidos devotos del líder. Aquellos camisas viejas azules alrededor de Franco, como antes lo habían estado de José Antonio, y estos camisas viejas rojas alrededor de Maduro, como antes lo fueran de Chávez, son parte de la misma clase de personas: “Bajo las especies de sindicalismo y fascismo aparece por primera vez en Europa un tipo de hombre que no quiere dar razones ni quiere tener razón, sino que, sencillamente, se muestra resuelto a imponer sus opiniones. He aquí lo nuevo: el derecho a no tener razón, la razón de la sinrazón”, que dejó dicho José Ortega y Gasset, en “La rebelión de las masas”.
Al igual que con Miguel, en Los Roques, al lado de los de Maduro, he visto las manifestaciones en su contra por las calles de Caracas. Como digo, no me resultó nada extraño. Era regresar al Mieres de finales de los sesenta y primeros de los setenta. Las calles estaban tomadas (“El ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad”, Simón Bolívar). El descontento era enorme (“Cuando la tiranía se hace ley, la rebelión es un derecho”, Simón Bolívar). Continuamente, en Mieres como en Caracas, se disparaba contra los manifestantes (“Maldito sea el soldado que vuelve las armas contra su pueblo”, Simón Bolívar). Y, sobre todo, entraban en la cárcel los que, poco tiempo después, iban a ser nuestros gobernantes en democracia (“Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el Poder”, Simón Bolívar).
Como dijo José Antonio Primo de Rivera el 15 de febrero de 1934, con motivo de la fusión de la Falange Española con las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista: “Haremos todo lo posible para no convertirnos en una casta”. O, lo que es lo mismo, como declaró Juan Carlos Monedero a El País del 12 de diciembre de 2014: “No hay garantías de que no nos corrompamos, pero vamos a hacer todo lo posible para impedir que Podemos se convierta en una casta”. Para este viaje no es menester alforjas, que diría cualquier paisanu de Mieres tomando un cafetín en el Yaracuy, un vino en La Bodeguina o un cacharru en El Eros.